ROBERTA "LA TITA" AVENDAÑO A DIEZ AÑOS DE SU MUERTE

A quien corresponda: Soy Ariana Mora, nací en Yurecuaro, soy estudiante de la Licenciatura en Administración Pública y Ciencia Política en la Universidad de Colima. Solicito respetuosamente y de la manera más atenta que publique el siguiente escrito, redactado a la memoria de Roberta la Tita Avendaño, una mujer que participó en muchos movimientos sociales del país.
Le anexo el documento. Quizá se pregunte que por qué me interesa que lo publiquen, la realidad es que tengo la idea que si todos queremos un cambio no basta desearlo sino hacer algo al respecto, por el momento me llegó a las manos este maravilloso escrito y creí que así como me había hecho reflexionar y pensar en cómo vivimos, también lo podía hacer con todos sus lectores.
Es imposible creer que a pesar de tantas movilizaciones sociales sigamos igual que al principio.Espero de todo corazón que su respuesta sea afirmativa.Gracias de antemano.Ariana Mora

TITA AVENDAÑO, A DIEZ AÑOS DE SU MUERTE




Autor: Mtro. Roberto G. Avendaño


Facultad de Ciencias Políticas y SocialesUniversidad de Colima
Donado por: Ariana Mora



En 1980, año en que nací, mi madre había participado en por lo menos tres grandes movilizaciones sociales, que sin duda influyeron en lo que hoy es México, y se había involucrado indirectamente con algún grupo guerrillero.




Ahora que se cumplen diez años de su muerte, deseo recordar las luchas de Roberta La Tita Avendaño por una nación más democrática.




Algunos la ubican sólo como activista del movimiento de 1968, debido a su participación en el Consejo Nacional de Huelga, pero en realidad su formación revolucionaria y solidaria fue parte de un proceso iniciado en la popular Colonia Obrera de los años cuarenta en el Distrito Federal, donde vivió el machismo de mi abuelo al que quiso mucho y cuidó hasta su muerte, y testificó las condiciones de pobreza de la incipiente megalópolis.




Ella me contaba que cuando estudió la secundaria le decían la abogada porque defendía a sus compañeras de los profesores. En su paso por la normal de maestros, durante la década de los cincuentas, participó en el movimiento del célebre líder Othón Salazar, donde por vez primera fue perseguida por un granadero frente a la Secretaría de Gobernación, que le desvió el coxis de un culatazo.




Después, en 1966, intervino en la huelga universitaria, y ya en 1968, mientras estudiaba la carrera de Derecho, tuvo su participación más notoria como representante ante el Consejo General de Huelga por parte de su facultad, una posición difícil ya que ésta siempre se ha caracterizado por ser muy institucional y ella llegó a romper muchos de los esquemas de la época.Una de las cuestiones que le generaban mucho orgullo es que su facultad fue una de las últimas en regresar a clases después de que se consideró concluido el movimiento estudiantil, debido a que ella seguía en pie de lucha, lo que le costó la cárcel, pues persistió a pesar de las advertencias. Sobre su detención, en 1969, me contó que daba clases en una primaria en la famosa colonia Buenos Aires.




Se escuchaban rumores de que miembros del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO) andaban tras ella, pero un día al salir de su trabajo se le acercaron agentes de la afortunadamente desaparecida Dirección Federal de Seguridad (creo que ahora tenemos una peor) y la subieron a un vehículo encañonándola y golpearon en la calle al estudiante que la acompañaba.Fue llevada a una casa de seguridad y entrevistada por el tristemente célebre jefe policíaco Miguel Nazar Haro, quien después de unos días afortunadamente decidió no desaparecerla como a otros tantos, sino llevarla al Palacio Negro de Lecumberri, donde se le llevó un proceso injusto y fue sentenciada a 16 años de prisión, mismos que comenzó a vivir en la Cárcel de Mujeres junto con Ana Ignacia Rodríguez La Nacha (amiga con la que siempre tuvo encuentros y desencuentros pero a la que quiso mucho), así como con otras mujeres que se consideraban presas de conciencia.




Decía mi madre que los dos años y un mes que estuvo encarcelada, le sirvieron para fortalecer su creencia de la necesidad de un México más democrático, sin embargo lo único que le pesó fue la muerte de mi abuela en 1969, a la que todavía treinta años después y con sus últimos respiros le pedía perdón por haberla dejado sola.




Decía que pudo haber huido cuando fue trasladada al velorio de su madre, pues un grupo de compañeros le tenían preparado un plan de fuga, pero ella les dijo que ya no tenía caso.Cuando salió de la cárcel le asustaban los cines y el tráfico de los vehículos. Luego se dio cuenta de que muchos de sus amigos se habían suicidado, salido del país, institucionalizado o eran adictos.




Otros habían optado por la guerrilla y le proponían ingresar, pero me decía que nunca estuvo a favor de la vía armada, pues respetaba mucho la vida de las personas e ingresar a la clandestinidad implicaba tener que quitarle la vida alguien en algún momento y eso no era para ella. Aún así, continuó colaborando con el movimiento de alguna u otra forma, auxiliando a compañeros y representándolos como abogada ante las distintas instancias judiciales y gubernamentales.




Son muchas las anécdotas que podría contar, pero no las recuerdo todas, pues fueron tantas que ni las muchas tardes que se reunió con la escritora Elena Poniatowska con la idea de hacer un libro sobre su vida fueron suficientes para terminar de narrarlas.Mi esposa me preguntaba que le diría a mi madre si a diez años de su muerte pudiera encontrarla de nuevo. Creo que lo primero sería pedirle perdón por todas las vagancias que hice y que algunas de ellas la hicieron sufrir mucho.




Lo segundo sería (si es que no lo sabe aún) informarle de la muerte por cáncer, hace tres años, de mi padre Roberto García Pérez, un hombre al que quiso mucho y que la quiso mucho, pero que sus caracteres eran tan difíciles que no supieron congeniarlos. Mi padre fue un luchador social, tal vez no tan popular como mi madre pero que también estuvo preso en Lecumberri y le tocó sufrir la represión del sistema político. Lamentablemente de él no puedo contar mucho ya que a pesar del cariño mutuo, nunca tuvimos mucho contacto, pero puedo decirles que fue un buen hombre que siempre luchó por lo que creía justo y lo hizo hasta el último momento, incluso por la vía institucional, siendo en el 2006 candidato a presidente municipal por el Partido del Trabajo en el municipio de Agualeguas, Nuevo León (si el de los Salinas), de donde era originario y donde vivió hasta el final.




Le contaría también a mi madre que a un año de su muerte se vivió la tan esperada alternancia en el gobierno federal, pero hacia la derecha, lo que sin duda ha sido un fracaso y ahora se ve el desafortunado regreso del PRI, pero eso si con las mismas mañas, aunque según los espots con nueva actitud. Le contaría que el PRD sigue igual que como lo dejó (nunca fue militante, sólo simpatizante de algunas ideas), pero ahora más miserable, pues tuvo la oportunidad de hacer algo y no lo hizo, sin embargo la buena noticia sería que la sociedad civil es cada vez más consciente de su papel en el sistema político y que cada vez más asociaciones y organizaciones civiles se constituyen ya sea para enfrentar el mal gobierno o para ignorarlo y trabajar por su cuenta.




Lloraría junto con ella de coraje al informarle que el pliego petitorio por el que ella luchó en 1968 no se ha resuelto cabalmente, pues sigue habiendo presos políticos, no se ha indemnizado ni a los muertos ni a los heridos del movimiento estudiantil ni de los movimientos sociales posteriores y actuales. Le contaría que los noticieros nacionales diariamente muestran cómo el cuerpo de granaderos, del cual exigía su desaparición por anticonstitucionales (siguen siéndolo) reprimen al pueblo que organizado o no exige justicia de su gobierno o por lo menos tomar parte de las decisiones que influirán en su vida.




En la década de los sesentas ella luchaba porque el ejército regresara a los cuarteles y ahora están en las calles diariamente reprimiendo y amenazando a la población civil, y que si bien se derogó el delito de disolución social, ahora está el de terrorismo y delincuencia organizada, ambos muy temibles pues al luchador social que busca un México mejor para todos se le pueden aplicar perfectamente.Además estoy seguro que mi madre sacaría espuma de la boca al conocer las reformas constitucionales que promueve Felipe Calderón, pues ellas violentan los derechos humanos de todos los mexicanos y lo peor es que pocos (y desorganizados) están haciendo algo para impedirlo.




Antes a un luchador social se le acusaba de comunista, ahora en algunos casos le dicen narco traficante, pues este es el nuevo enemigo del gobierno y con ello trata de justificar y legalizar la tortura y las violaciones a los derechos humanos.




Le diría también que nada sé del libro que publicó, titulado “De la libertad y el encierro”, pues ignoro dónde están los dueños y promotores de la editorial La Idea dorada (si alguien sabe me los contacta por favor). Sé que tal vez no sea la mejor obra del mundo, pero es la memoria de mi madre y de su experiencia como presa de conciencia.




Sobre la UNAM y el CCH Oriente, le comentaría que este último dejo de ser aquel sueño de un Casanova de los setenta (donde Ernesto García, Antonio Pérez Sánchez El Che, los Vázquez y otros tantos llegaron con las ansias de cambiar el mundo) y ahora hasta donde sé, es un reflejo más de la realidad que vive la educación en nuestro país. De su alma mater creo que le daría gusto saber que el rector es José Narro, pues se conocían y alguna vez él intervino para la atendieran médicamente de mejor forma.




Le diría que Diego Valades sigue en el Instituto de Investigaciones Jurídicas y que recientemente lo he encontrado en una conferencia y se ha portado muy atento, también le diría que coincidí con Elena Poniatowska y con Monsiváis en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara el año pasado y que la recordaron con mucho gusto pidiendo un aplauso al foro.




Son muchas cosas las que tendría que contarle a mi madre, principalmente sobre lo que ha sucedido en México y en el mundo. Estoy convencido que ante la desigualdad social que vivimos, ella a los 68 años de edad que tendría ahora seguiría combatiendo a su manera las injusticias que viven los indígenas en Ostula, Michoacán, los ambientalistas de Manzanillo, Colima, y los grupos vulnerables de las zonas urbanas, que hoy se ven afectados por las políticas públicas de exterminio que promueven los distintos ámbitos de gobierno. A diez años de su muerte, que se cumplen el 9 de agosto de 2009, le daría las gracias por enseñarme a vivir en libertad y le explicaría que si bien no he luchado tomando la calle, si lo hago desde las aulas intentando junto con otros que esta lucha sea libre pero organizada.

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